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jueves, 30 de julio de 2009

No hay peor sordo


Jose Alberto Alvarez Bravo.

En el mundo de hoy, los alimentos escasean de manera alarmante. El agua potable amenaza con ser la causa de guerras futuras, quizás no tan distantes en el tiempo. Las armas acumuladas pueden hacer desaparecer la vida hasta en sus formas más simples. Un auténtico pandemonio.

Con semejante panorama, es completamente lógico que lo menos abundante sea la piedad por el que sufre, la clemencia con el desdichado. Es comprensible el endurecimiento de la sensibilidad colectiva, habituada a los avatares de este regreso a la jungla.

Quienes vivimos bajo dictaduras totalitarias, disfrutamos una mínima ventaja: no tenemos el azote de las mafias, porque nuestros capos no permiten la competencia.

En cambio, en el primer mundo, el exceso de libertad es el caldo de cultivo para la impunidad de los criminales.

Aun cuando muchos la preferimos, no podemos dejar de reconocer que la democracia tiene sus desventajas.

Terroristas, violadores, narcotraficantes, tratantes de blancas –y no blancas-, traficantes de órganos, y toda una amplia gama del crimen, -organizado o no- pululan en el océano humano de las urbes europeas.

Leer, por ejemplo, las listas de desaparecidos, nos conmina a preguntarnos como es posible que tantos cubanos –y también de otras naciones, honradamente hablando- son capaces de "dar lo que no tienen" por "pirarse pal Yuma".

Uno de los tantos es el joven que ilustra este texto, Omar Rivera Castañer. Hijo de padres divorciados, fue criado por su madre, Lilia Castañer Hernández. Ni mejor ni peor que los de su generación, tuvo en Cuba una vida ajustada a las normas de convivencia social.

A los treinta años de edad, se encaprichó en irse a España. Su madre cuenta que logró enrolarse en algún barullo de "cultura", hasta que logró su objetivo.

Pero algo muy distinto al paraíso terrenal le aguardaba en la patria de Cervantes y Unamuno.

Y Omar Rivera Castañer, desapareció en España sin dejar rastro.                

Después de muchos años de desalientos, de infundadas esperanzas y recaídas, Lilia decidió poner su dolor en conocimiento público. Recurrió a la prensa independiente cubana, y su situación tuvo una amplia cobertura mediática, pero nada más sucedió.

Llena de renovadas esperanzas, hizo público su correo electrónico, confiada en recibir al menos un mensaje de solidaridad, pero este conturbado universo no se ha dado por enterado. Ni una sola letra. Nunca.

Semanalmente, su correo (liliacastaner1947@yahoo.com) guarda decenas de mensajes, pero los que no son spam, tienen un único remitente: el Señor Nelson Moran, probablemente mallorquín. El señor Moran le envía una y otra vez los mensajes que ella menos anhela recibir: temas políticos.

Confió en que las autoridades españolas le enviarían al menos un mínimo mensaje de aliento, pero al parecer los señores están muy ocupados en asuntos más importantes que las lágrimas diarias de una destrozada madre.

Lilia pretendió que el mundo le escuchara, pero no tuvo en cuenta que no hay peor sordo,…

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