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martes, 4 de enero de 2011

De “encontronazos” y otros avatares

José Alberto Álvarez Bravo
“En todo grupo humano hay hombres de bajos instintos, criminales natos, bestias portadoras de todos los atavismos ancestrales revestidas de forma humana, monstruos refrenados por la disciplina y el hábito social, pero que si se les da a beber sangre en un río no cesarán hasta que lo hayan secado”
Fidel Castro, La historia me absolverá.

-“La vez anterior fue una conversación, ahora es un encontronazo”.
Esta frase, en labios del oficial de la policía del pensamiento conocido por Tamayo, presidió nuestro segundo encuentro, alrededor de las dos de la tarde del miércoles 22 de diciembre de 2010, en el mismo recinto del sótano de la Unidad Policial Aguilera, adonde fui conducido luego de mi temprano arresto junto a Moisés Leonardo Rodríguez y Luis Enrique Labrador por parte de más de una veintena de efectivos de la tristemente célebre Sección 21, adscrita a la Seguridad del Estado cubana.
Para una persona normal, el término encontronazo le sugiere el choque entre dos locomotoras, entre dos barcos, entre dos rinocerontes, o dos campeones superpesados en deportes de combate. Para un totalitario, puede ser entre un estudiante y un tanque de guerra, o entre un viejo devastado por dieciséis días de huelga de hambre, y dos jóvenes bien alimentados y entrenados en artes marciales; uno en calidad de detenido, los otros, de detenedores.
Por qué soy un opositor activo.
Para entender el proceso de mi cambio de ciudadano común a opositor activo, es preciso un poco de historia. Apenas cumplidos diecisiete años de edad, fui reclutado al Servicio Militar Obligatorio. Pasé los dos primeros años sin mayores tropiezos, pero al comenzar el tercero ya no podía tolerar la bota de quienes me negaba a aceptar como “superiores”, y fui condenado a seis meses de privación de libertad por Insubordinación de Palabra, dos años por Desobediencia de Orden, y cuatro años más por Quebrantamiento de Sanción. En la prisión de La Cabaña, fui testigo del asesinato de Manuel Cabana por parte de los guardias Florencio y Chávez, en diciembre de 1970.
Antes de cumplir veinte años de edad, cerca de Sagua la Grande, estuve a punto de ser destrozado, junto a Oscar Romero Lemus, por una verdadera lluvia de balas sdelano b CCCP. Cinco fusiles AK-47 vaciaron sus cargas de metralla, odio y muerte hacia el sitio en que habíamos buscado precario refugio. Un monstruo con figura humana, enfundado en un uniforme verde olivo, con un membrete sobre el bolsillo de la camisa –Ministerio del Interior- apuntó su pistola soviética sobre mi rostro en dos ocasiones, y dos proyectiles silbaron en mis oídos su canto de muerte. Yo, la cuarta generación de los Cuté nacidos en Cuba, pero desgajados de Catalunya, fui el primero de mi estirpe en soportar en su carne el ominoso “plan de machete”. Y no fue la Guardia Rural, por cierto.
Continué mi vida normal, cuatro hijos naturales y otro putativo, sin conocer de “encontronazos” y otros avatares con el poder perpetuo de los hermanos Castro Ruz, solo con un contenido rechazo corazón adentro.
En 1990, mi ya difunto amigo Amable Álvarez se ofreció para cumplirme un sueño: conocer personalmente a María Elena Cruz Varela y su Grupo Opositor Liberal Criterio Alternativo. Aunque no tenía aun los elementos políticos y la situación personal necesaria para pasar a la condición de opositor activo, este encuentro fue la escuela primera que me enseñó el camino a la libertad plena. Veinte años después, María Elena continúa siendo mi paradigma y mi inspiración. Pascualito y Lázara, las más valiosas gemas en el cofre de mis más caros afectos.
Después de haberme usado para descargar sobre mí un fardo de suspicacias de parte de María Elena y Criterio, fui acosado y maltratado por la policía de las ideas. Ese fue mi primer “encontronazo” con el Departamento de Enfrentamiento al Delito Contrarrevolucionario, versión caribeña y aventajada de la Gestapo, el KGB y la Stassi.
Dedicado por entero a ganar el sustento en el sector privado, a mediados de 2007 una llamada telefónica de mi ex compañera determinó el comienzo del tránsito definitivo de ciudadano común a opositor activo:
-“Alberto, Carlito está preso”.
Como es normal en situaciones de este tipo, mi posición preliminar se basó en la tesis de que si ha sido detenido, es porque algo indebido ha hecho. Hay que esperar la primera visita en la prisión Valle Grande para hablar sin interferencias: “Papi, yo no sé nada de lo que me acusan”.
Así comenzó una larga batalla contra uno de los procesos penales más amañados y escandalosos manejados por el Ministerio del Interior, a través de los tribunales peleles de la finca Gran Birán. Uno de los más odiosos crímenes de lesa inocencia, responsabilidad personal y directa del Señor Todopoderoso Raúl Castro, que permanecen sin solución como cobarde represalia por mi negativa a poner la mansa cerviz al yugo castrista.
El odio hacia la Academia Nueva Esperanza y hacia mi persona, se explica también por el hecho de que impartimos lecciones sobre el Derecho Positivo vigente en Cuba, normativas jurídicas que el régimen inconsulto que con tanto celo defiende el Señor Tamayo pisotea con grotesco frenesí.
Prueba de que el Ministerio de Justicia, el Tribunal Supremo Popular y la Fiscalía General de la República son serviles brazos ejecutores al servicio de quienes mandan en nuestra sufrida isla, es precisamente el caso de mi hijo Carlos Denis Crespo.
La Ley de Procedimiento Penal vigente establece un máximo de noventa días naturales para que la instancia se pronuncie sobre el caso que ha de ver. En el caso de mi hijo, la Licenciada Claribel Garlobo, del Departamento de Revisiones Penales de la Fiscalía Provincial de Ciudad de La Habana, tiene el expediente en su poder desde el 15 de octubre de 2007. De noventa días, a tres años y más de dos meses, me parece ver una notable diferencia.
Un joven cubano, humilde y mestizo, permaneció veintisiete meses en prisión al serle imputado un delito común con el que no tuvo la más mínima relación. ¿Por qué? Por la relación personal de su reticente ex suegra con un oficial corrupto (suelen ser sinónimos) del Departamento Técnico de Investigaciones, nombrado Rafael Sanamé. Alrededor del “delito” se implicaron dos Tenientes Coroneles del Ministerio del Interior. Luchando contra molinos de viento, ante mí quedó al descubierto toda la podredumbre que carcome la sociedad cubana, especialmente su andamiaje gubernativo, y sobre todo la administración de “justicia”.
Al Señor Raúl Castro agradezco la felicidad infinita de poder combatir la opresión desde dentro de Cuba.
Si en su momento el Señor Castro no hubiera ordenado congelar la revisión penal del caso de mi hijo, y se hubiese aplicado la ley preexistente, hoy quizás me estuviera privando del insuperable placer de calificar como opositor activo dentro del propio cubil de la fiera sedienta de sangre inerme. Pero, gracias al cielo, la rabia y la soberbia disimulada de este señor, y la torpeza y superficialidad con que decide el destino ajeno, me permiten el privilegio de ser enteramente libre, atendiendo a que pienso y hablo sin hipocresía.
Tamayo quiere respeto.
El señor Tamayo, principal entre los que dan la cara en nombre de la represión política en La Habana, quiere, como todo el mundo, que se le respete, tanto a su persona como a su cargo. En las dos ocasiones en que me ha secuestrado –él dice detenido- me lo ha exigido.
Parece ignorar que para ser acreedor al respeto, hay que merecerlo. No basta con disponer de suficiente autoridad para mandar a golpear mujeres, incluso por las mamas (Párraga, 17 de marzo 2010: “aplícale lo que te enseñé”; victima: Tania Montoya), para encarcelar ciudadanos desarmados (de armas de fuego, que no de valientes principios), para robarse el dinero que no le pertenece más que al legitimo dueño, para incautar sin motivo el documento de identidad a fin de crear dificultades adicionales al readquirirlo, sino que es preciso fundar cada acto en el amor al prójimo, en el respeto a los principios que rigen el normal funcionamiento de toda sociedad civilizada.
Qué más quisiera yo que poder respetarlo, pero él no me da motivos. Más que respetarle, ahora quiere que le tema, pero tampoco me da motivos. Quiere asustarme con la muerte y el purgatorio, con decomisarme lo poco que tengo –una laptop y una cámara fotográfica- , con no dejarme entrar ni un centavo del bolsillo de mis hermanos de la diáspora, cultivarme el síndrome de Stalingrad, encarcelarme, golpearme. Tarde han llegado sus amenazas. En otro tiempo tal vez me habría escondido, despavorido, debajo de la cama, pero me cansé de vivir con miedos.
De no haber levantado el ominoso asedio a mi domicilio, hoy sería un incómodo cadáver en el martirologio cubano de las huelgas de hambre. Obviamente, el régimen castrista carece de solvencia política para pagar por otro muerto.
Si es para perder el tiempo tratando de intimidarme, que Tamayo y el resto de quienes forman el grupo humano que rodea y perpetúa a los Castro en el poder acaben de convencerse de que es inútil continuar secuestrándome.
Sépanlo de una buena vez, señores del poder, y actúen en consecuencia: no les temo en lo absoluto.
Descendiente espiritual de Guamá, de Martí y de Maceo, una y definitiva es mi divisa personal:
Ser mártir a ser esclavo.

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