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lunes, 28 de febrero de 2011

Las hazañas de Tamayo

Por Eriberto Liranza Romero.
Quedé impresionado con el registro que perpetró la Sección 21 de la Seguridad del Estado en mi casa. - Esto que les cuento sucedió el pasado 3 de diciembre, por alguna razón que ni yo mismo entiendo, ahora lo escribo-.
Pensé por un momento que la impresión se debía a la gran cantidad de policías y oficiales, que con fuertes golpes en la puerta provocaron que Yaimí, -mi esposa- les increpara diciendo, “respeto Tamayo que esto es un hogar y hay niños en la casa”.
O quizás al abrirles la puerta –porque ya se habían asomado por la ventana-, ver tantos carros de patrullas, agentes en las esquinas de mi cuadra, o por las decenas de curiosos que al pasar frente a mi casa cuchicheaban, “ahora sí desaparecen a Liranza”.
El registro en mi vivienda duró tanto, que pude al fin darme cuenta del verdadero motivo de tanta impresión. El tiempo en que más tarde fui obligado a permanecer sentado en mi viejo sofá me hizo reflexionar.
Es que ver a un alto oficial de la Seguridad del Estado, -como dicen que es Fernando Tamayo”- en “cuatro patas” buscando no sé que debajo de mi cama, y a un policía con grados de Teniente Coronel hurgando entre los blúmeres de mi esposa, es algo que no todo el mundo tiene el “privilegio” de observar. He ahí mi asombro.
El trabajo denigrante de invadir una propiedad, molestar a una familia, y entorpecer el juego de niños pequeños, es obra digna de los mercenarios; tal hecho solo pueden justificarlo con el interés de una Suzuqui, un carro, o una jaba con las bisuterías del mes.
No vi dolor en sus ojos, expresaban triunfo al descubrir papeles que denuncian sus barbaries. Vi júbilo en sus rostros al encontrar en mi pública biblioteca, libros a los que sin reparos llamaban “subversivos”, a pesar de las palabras de su máximo líder cuando dijo, que “en Cuba no hay libros prohibidos”.
La hazaña de Tamayo esa mañana fue tirar contra el piso una obra de Mario Vargas Llosa, robarme una pizarra, libros, revistas, mi vieja Pentium 3, la serenidad de mi esposa, y la tranquilidad que en esa mañana el hogar brindaba a mis hijos.
Él es un “héroe” que nunca ha estado en batalla, pero tiene miles de arrestos y cientos de condenados. Ese día yo fui su trofeo, sé que lo disfrutó. La ebullición de su éxito fue cuando tranquilo y mirándome a los ojos, me recordó: “¡Te lo dije!”, fue como si ascuas de fuego centellearan en sus enormes ojos azules, ese momento para él fue glorioso, se sintió sublime.
Sé que para mi desgracia volveremos a vernos en el camino, como soy la presa, estará satisfecho. Yo continúo con la misma impresión, porque aún no entiendo como el homo sapiens puede llegar a ser tan malvado, al punto que amparados en una ideología o en un pedazo de papel que reza DSE, se sienten con derecho a escudriñar hasta en el alma de sus victimas.

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