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martes, 13 de enero de 2015

Mi ospinión sobre Las ganancias de #Cuba

Por José Alberto Alvarez Bravo.

Barcelona/ Mambí en A/ Para el aplauso de izquierdófilos trasnochados y la envidia de derechófilos impenitentes, William Ospina aporrea su teclado reseñando éxitos y logros de nuestra revolución socialista. En un exceso de consideración para quienes no quisieron un modelo igual en sus países, este joven “revolucionario” no menciona en su texto "Las ganancias de Cuba" la mayor parte de las ganancias que el régimen castrista nos ha obsequiado gratuitamente. Para no apabullar a quienes no apostaron por el socialismo del Siglo XXI, solo menciona los lugares comunes –la alimentación (¿) la vivienda (¿) la salud (¿) la educación (¿)- y como aderezo “la conservación del patrimonio arquitectónico frente a la fiebre trivial de modernización” y “el aire limpio y la ausencia de nudos de tráfico”.

Como yo también tengo derecho a ospinar, agregaré unos pocos de los innumerables aciertos de nuestra amada y nunca bien ponderada revolución cubana que me vienen a la mente.

Nadie podría negar el éxito de la revolución cubana en la contención de la polución y el ahorro de combustibles fósiles, mediante el sencillo procedimiento de que solo tengan automóviles la clase dirigente y el aparato represivo.

Nadie podría negar el éxito de la revolución cubana en la contención de la superpoblación, pues si miles de compatriotas no hubieran sido fusilados, hoy su descendencia engrosaría el censo poblacional; a esto pudieran sumarse los miles de desaparecidos en el Estrecho de la Florida y los cientos de miles de cubanos diseminados por el globo terráqueo. Asusta pensar cuántas personas habitaríamos esta isla si la revolución socialista no hubiera invertido el flujo migratorio, ahorrándonos la engorrosa concesión de visas y ciudadanía a cientos de miles de extranjeros deseosos de establecerse en la Perla de las Antillas.

Nadie podría negar el éxito de la revolución cubana en el cuidado a la tercera edad, ya que nuestros ancianos están a salvo de trágicos accidentes aéreos en boga, contribuyendo además a evitar la trabazón en los aires del planeta, mientras acá tienen asegurados el solaz y esparcimiento esperando el cobro de la miserable chequera, la cola del periódico y los mandados de la canasta básica.

Nadie podría negar el éxito de la revolución cubana en la rama turística, sobre todo después de la relativización del estatus de plaza sitiada y su consiguiente apertura a los ciudadanos del decadente mundo occidental, quienes podrán viajar literalmente a los albores de la civilización a precios permisivos.

Al igual que William Ospina, yo también vivo en Cuba, con la diferencia de haber nacido mucho antes que él y haber vivido un “antes” que él solo conoce por referencias; cuando él habla de logros en la educación no puede evocar a los viajeros de un ómnibus disputándose el acto caballeroso de ceder el asiento a una viajera, cualquiera sea su edad; cuando él habla de la alimentación quizás tenga a la vista su propia mesa, a lo mejor bien provista; cuando él habla de la vivienda de seguro no tiene ante su vista los innumerables “llega y pon” diseminados por toda la isla; cuando él habla de la salud no sé si solo tiene ante su mirada la clínica en divisas Cira García, el CIMEQ o las clínicas especiales de las FAR y el MinInt.

Cuando Cuba sea “el enclave perfecto para una filial latinoamericana del Museo Guggenheim”, los guías tendrán que sortear la improbable curiosidad de los “viajeros más que turistas” sobre las UMAP, el Remolcador 13 de Marzo, el maleconazo, las purgas neoestalinistas a quienes se aferren a las mieles del poder sin derechos históricos –asuntos de castroapellidarse- botones de muestra de un extenso inventario de puntos oscuros sobre los que Ospina no “ospina”, pese al llamado del General Presidente a combatir el secretismo.

Si pudiera dar un consejo sano a William Ospina, le diría que no tome tan a pecho la historia oficial que le enseñaron –o le enseñan- en la escuela, reescrita muy en sintonía con los espurios intereses continuistas de la dinastía Castro.

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