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jueves, 28 de enero de 2010

El calvario de Daniela I

Desde el hospital de la prisión Combinado del Este, en Ciudad Habana, Normando Hernández González, del Grupo de los 75.

La primera visita.

Recién cumplido un año de estar nacida mi hija Danielita, comenzó a andar por el camino del calvario. Privaron a esta inocente de algo imprescindible en la vida de cualquier niño, para que crezca sano y saludable, psíquica y físicamente, como Dios manda. Le arrancaron la mitad del corazón, pusieron al necesitado y amado padre bajo un nudo de rejas y candados.

Desde la Primavera Negra de Cuba, marzo de 2003, Daniela dejó de escuchar la voz y sentir los mimos de su progenitor, no paseó más en bicicleta y se le acabaron los juegos en la cama, en el corral, en el parque; con quien le dio la vida. Los ejercicios que hacía con su padre encima de una frazada de cama, en la sala del hogar, también desaparecieron. Por otro lado, la niña empezó a rechazar los alimentos, pues estaba acostumbrada a recibirlos de mano de su papito. No dormía bien, y la añoranza encontró tierra fértil en ella: "Mamá, la bicicleta de papá". "Mamá, la gorra de papá!" "Mamá, ¿y papá? Se le escuchaba decir y preguntar constantemente.

En la primera visita de la niña a la prisión, hasta los que no tienen lágrimas, lloraron. Al concluir la misma, Daniela se aferró al cuello de su ángel protector y comenzó a llorar sin consuelo. Los gritos, sollozos y convulsiones de la niña, cuando intentaban separarla del padre que tanto ama, ablandaron los corazones, por primera vez y única vez, de los que visten de verde, quienes alargaron la visita unos minuticos.

El sufrimiento de Danielita fue tan grande que se puso cianótica y hubo que darle un baño. Ya en los brazos de la madre y al darse cuenta que le arrancaban nuevamente la mitad de su corazón, Daniela comenzó a gritar de forma desesperada: "¡Papá, papá, papá!". Gritos que traspasaban las inexpugnables paredes de la cárcel, para alojarse en el cerebro de quien junto a su esposa e hija, muere en cámara lenta, víctima de la crueldad.

Una vez en la celda, el padre de la niña, con lágrimas cayendo sobre el papel y manos temblorosas, escribía:

Llorando te dejé

Llorando yo me fui

Llorando yo estaré,

Pensando siempre en ti.

Consciente de que lo ocurrido no era una pesadilla, sino una realidad que se repetiría, consciente de que la cruz, que su amada hijita debía de cargar, era demasiado grande y pesada para el largo camino a recorrer.

Cuenta la madre de Daniela, que ese día la niña se pasó horas y horas llorando y que hasta después de dormida sollozaba y llamaba al padre: "¡Papá, papá, papá…!" Ella también lloraba y asegura que junto a su princesita, esas no fueron las primeras lágrimas derramadas, ni las últimas pues ya había transitado un tramo por el vía crucis que el destino les impuso, o mejor dicho andaba viviendo el calvario que un gobierno comunista impone a los familiares de los prisioneros de conciencia.

La agonía de Daniela, apenas comienza.


 

Normando Hernández González, prisionero de conciencia del Grupo de los 75, en la prisión de Camagüey y transitoriamente en el Hospital del Combinado del Este en Ciudad de La Habana.

Este artículo fue leído vía telefónica por su esposa Yaraí Reyes Marín.

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