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domingo, 22 de febrero de 2015

¿Un estigma indeleble? #Cuba

Foto: Mirlenis Mejías Pupo.


Por José Alberto Álvarez Bravo.

Barcelona/ Mambí en A/ Mirlenis Mejías Pupo nació el 13 de agosto de 1982 en el antiguo central azucarero Preston, en la Bahía de Nipe, Oriente, Cuba. Para sus padres, Miguel Mejías Sosa y Felina María Pupo Suarez, era como un regalo a Fidel Castro, a quien consideraban merecedor de todo el respeto y veneración concebibles. Entre las incontables promesas del líder máximo e indiscutido de la triunfante revolución socialista, la creación de un “hombre nuevo”, despojado de todas las taras y reminiscencias del pasado, había concitado la entrega entusiasta y fervorosa de Miguel y Felina al “proceso revolucionario”.

Mirlenis fue educada para convertirse en ciudadana ejemplar, exponente de la nueva “moralidad socialista”: pionera, cederista, federada, militante de la Unión de Jóvenes Comunistas y por último, el escalón más alto de la especie cubana: militante del Partido Comunista de Cuba.

Tenía dieciocho años cuando se enamoró de Yusdenis Lin Ojeda, nacido en el mismo batey en 1974, quince años después de la llegada de Fidel Castro y sus barbudos al poder en nuestra isla. Atrás habían quedado las UMAP, fuerte correctivo de la etnia verde olivo frente a los rebrotes de “conductas impropias”, incongruentes con el rígido esquema diseñado para los komsomoles caribeños.

Yusdenis se trasladó con su novia a La Habana, capital de todos los cubanos, saturada de consignas altisonantes sobre la inminencia de un futuro luminoso, para envidia de los pobres terrícolas nacidos en ajenas fronteras.

Las floridas promesas de amor y progreso no alcanzaron a encubrir los verdaderos propósitos de Yusdenis, y Mirlenis se vio de pronto ejerciendo el más antiguo de los oficios, escoltada por su cuñada Yusimi Lin Ojeda. Mucho antes de lo previsto, las dos jóvenes incautas se vieron entre rejas, condenadas a dos años de privación de libertad.

A Mirlenis le bastó la experiencia para no reincidir nunca más. Pese a la total responsabilidad de Yusdenis en su tropiezo, continuó la relación con él, de la que nació una niña en 2005.

Decidida a darle a su hija el mejor ejemplo de probidad y rectitud moral, Mirlenis comenzó a labrarse un camino de entrega al trabajo honrado, a la superación profesional y académica. Inició un curso de Enfermería en 2005 que no tuvo oportunidad de terminar por dificultades con el cuidado de la pequeña; luego matriculó en un curso de Superación Integral para Jóvenes, donde concluyó su bachillerato; también cursó estudios de Peluquería, Computación, Hostelería y Turismo y Auxiliar Pedagógica, todos concluidos con buenas calificaciones. Pese a su constancia y sacrificio, las autoridades locales de su pueblo –batey Guatemala, municipio Mayarí, Holguín- le niegan el acceso a un trabajo decente, bajo el pretexto de tener “manchas” en su hoja de vida.

A finales de enero de 2015 Mirlenis cifró todas sus esperanzas de iniciar su vida laboral integrándose a un curso para agentes de seguridad y protección en la Agencia Delta, pero faltándole dos días para graduarse fue expulsada sin miramientos, por lo que se pregunta –me pregunta, nos pregunta- si algún día podrán los caciques locales olvidar aquella breve y pasajera etapa de su juventud, once años atrás; si aquel mal paso dejará algún día de considerarse como un estigma indeleble.


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