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viernes, 25 de septiembre de 2009

Ciega y sorda

Jose Alberto Alvarez Bravo.

La página de opinión del diario oficial Juventud Rebelde, en sus ediciones dominicales, es la responsable de mi reciente brote de interés en este vocero de las autoridades cubanas. Noto que el ángulo superior izquierdo está reservado –muy merecidamente- al magnífico columnista Jose Alejandro Rodríguez, también responsable de la leída sección Acuse de recibo.

Tanto cuando tuve el privilegio de tratarlo personalmente, como al darle seguimiento a su trabajo periodístico, siempre me he sentido en identidad con él, porque lo considero una persona honrada, inteligente, valiente, y comprometida con esos valores.

Sin buscarlo, me he tropezado con un ejemplar de la edición del diario, correspondiente al domingo 16 de agosto de 2009, en la que Rodríguez hace público su artículo Perverso naranja. Muy bueno, muy sentido, como de costumbre.

Nuestro ilustre compatriota nos cuenta sobre las terribles "secuelas de los 80 millones de litros de defoliantes que el ejército norteamericano arrojó sobre las selvas de esa nación (Viet Nam) entre 1961 y 1971".

Otro capítulo de ese pavor universal que son las guerras.

Continúa nuestro narrador mencionando trágicos y dolorosos eventos como Hiroshima y Nagasaki, Iraq, Afganistán, Servia y Kosovo, para terminar comparando a quienes califica como únicos responsables, con quienes ordenaron las acciones llevadas a cabo por el tercer Reich en el marco de la II Guerra Mundial.

Nos informa que "vietnamitas víctimas del agente naranja demandaron ante los Tribunales norteamericanos a la Monsanto, la Dow Chemical y otros fabricantes del engendro".

Tristemente, ninguna demanda devolverá la salud a "los más de dos millones" de afectados. Ninguna compensación resarcirá todo el dolor, toda la sangre, todo el luto originado por la ancestral devoción de los hombres por eliminarse mutuamente.

Gracias a Rodríguez, nos estremecemos ante la indiferencia y la sevicia de la justicia estadounidense, que "permanece ciega y sorda al reclamo".

Para él, esta historia termina al preguntarse: ¿Será posible tanta impunidad? ¿Habrá que esperar al tardío tribunal de la Historia?

Digo para él, porque me he quedado extraviado en mi eterno laberinto de interrogantes.

Tengo en mi poder un documento escrito, entregado a la Fiscalía General de la República de Cuba, firmada por tres ciudadanos residentes en el país, donde acusan del delito de ASESINATO a los autores del hundimiento del Remolcador 13 de Marzo, en él viajaba, junto a más de cuarenta adultos, un grupo de niños, incluida una bebe de cinco meses de nacida.

Hay "pequeñas" diferencias entre estos hechos, y sólo mencionaré algunas para evitar la extensión excesiva.

Las víctimas de este hecho, -que Rodríguez silencia- no eran ciudadanos de un país con el que Cuba libraba una guerra, en la que perecen seres humanos de ambos bandos.

Las víctimas de este hecho, no estaban en capacidad de repeler el ataque (ni podía haber sido su intención)

Las víctimas de este hecho, constituían un peligro potencial sólo para sus propias vidas a riesgo de perderlas en el desesperado intento de cruzar el Estrecho de la Muerte, huyendo del "paraíso bello" de los hermanos Castro.

Pero a pesar de las masivas campañas de vacunación preventiva, la justicia cubana se ha contagiado con la ceguera y la sordera de su homóloga norteña.

En un punto coincido totalmente con Rodríguez, aunque en dirección opuesta. También me pregunto, en relación a este horrendo crimen: ¿Será posible tanta impunidad? ¿Habrá que esperar al tardío tribunal de la Historia?

Aprovecho el marco de este tema para comunicar a los atentos efectivos de la policía política, que si deciden intimidarme por haberlo abordado de manera desembozada, primero debemos elucidar el caso penal por el que me integré al activismo pro derechos humanos en Cuba, y que Jose Alejandro Rodríguez conoce muy bien, -ya que lo puse al corriente por escrito-, pero que al constatar éste el escandaloso involucramiento de un grupo de altos oficiales del Ministerio de Interior en un crimen de lesa inocencia, (sin solución hasta el presente, después de tres años) decidió romper sus incipientes –aunque ya cordiales- relaciones conmigo.

Si me preguntaran sobre otro nombre para estas líneas, respondería: Perverso verde olivo.

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